¿Qué hacer ante el temor?
A
pesar de que el temor y el miedo parten de una denotación definida y diferente
entre sí, pueden ser términos utilizados con connotaciones similares; para efectos
del presente escrito nos referiremos a ellos de manera indistinta.
“El miedo paraliza”, es una expresión comúnmente
utilizada y que nos lleva (al menos imaginariamente), a una situación física en
la que nos detenemos abrupta mente ante una situación de zozobra, de inseguridad,
de riesgo, de desconfianza, ante la posibilidad de sufrir, o incluso, ocasionar
daño. Paralizarse por el temor nos obliga a mirar hacia atrás y considerar la
posibilidad de regresar a los caminos que hemos recorrido, o mantenernos estáticos
en el mismo lugar, mientras las horas, los años y las oportunidades pasan a
nuestro lado sin detenerse. Esta sensación de “comodidad” al detenernos puede
ser temporal o definitiva. Es decir, es temporal cuando tenemos conciencia de que
no siempre podemos estar paralizados y que en algún momento será necesario
empezar a caminar de nuevo y enfrentar nuestros miedos. Pero puede ser
definitiva cuando tenemos miedo de perder lo que somos o tenemos y preferimos
quedarnos sin luchar por más y mejores condiciones.
Y eso significa no arriesgarse, no atreverse,
no desafiar nuestra zona de confort, significa depender de circunstancias que no podemos controlar, significa mantenernos
en una constante imaginaria sobre lo que sucedería (o no), si nos atrevemos.
Es
por ello que el miedo es utilizado para condicionar relaciones y conductas. En
un matrimonio, por ejemplo, es común que se prefiera sufrir las circunstancias violentas
en lugar de pensar en denunciar o en
terminar la relación por miedo “al qué dirán”, por temor a perder cosas
materiales, por temor a perder un hogar mientras se justifica esta inacción
diciendo: “lo hago por mis hijos”. Lo cierto es que puede interpretarse como el
miedo a lo incierto.
En
política, hay acciones de autocensura
cuando no se señalan o critican las acciones incorrectas de los gobernantes por
temor a perder una posible aspiración personal de crecer en el medio. Creemos
que si expresamos nuestros desacuerdos, las posibilidades de crecer se
esfumarán. De nuevo, el miedo “a perder” nos paraliza. Lo más irónico es cuando
tememos perder lo que NO tenemos.
El
miedo a perder (a retroceder o a caer), aplica
ante nuestros jefes, parejas, padres, vecinos, proveedores, clientes, hijos, autoridades,
líderes, maestros; ante situaciones económicas, de salud, académicas, laborales
y del diario vivir, convirtiendo nuestra
vida en una colección de miedos
bloqueadores de oportunidades y sobre todo, de miedos que bloquean
nuestro verdadero yo… y fingimos.
De
manera que las principales limitantes ante el temor, no son físicas, sino
mentales; más que situacionales son limitantes actitudinales; más que visuales,
son éticas; más que concretas son abstractas.
Nuestro
cuerpo puede percibir el temor como una alerta preventiva, pero nuestra mente
debería poder transformar nuestros temores en una inyección de adrenalina lo
suficientemente fuerte como para que en cada episodio de temor, estemos más
cerca de encontrarnos con nuestro verdadero yo; más cerca de concretar nuevas
experiencias, retos y metas; más cerca de un mundo en donde podremos descubrir
que somos capaces de hacer, ser y estar donde jamás creímos que podíamos
hacerlo.
No
se trata de no sentir miedo, sino de no fingir. No se trata de evitar el miedo,
sino de afrontarlo. No se trata de hacernos valientes sin causa, sino sensibles
ante la razón. No se trata de preferir perder, sino de intentar ganar (por las
buenas). No se trata de hacerse el fuerte, sino de ser nosotros mismos con
absoluta libertad.
Y
decir como bien escribió el rey David en uno de sus Salmos (118:6): “El Señor está conmigo, y no tengo miedo; ¿qué
me puede hacer un simple mortal?”
Que
el temor no sea nuestro límite, sino el impulso para concretar nuevas oportunidades.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡Gracias por tu comentario!